Lydia Cacho
La gran mayoría de personas adultas poseedoras de una credencial electoral hemos pasado los últimos dos meses preguntándonos y debatiendo qué hacer con nuestro voto. Las y los políticos por su parte han montado un circo espectacular, la credibilidad de quienes conforman el aparato del Estado ha llegado a su límite y va sin duda alguna hacia una estrepitosa caída. Es por ello que todos los partidos, sin excepción han elegido la mercadotecnia de la fama y el nombre para cooptar votos. Vemos carteles de deportistas, modelos, boxeadores, escritoras, bailarinas, corruptos cantantes de música cristiana, hijos de multimillonarios harineros, jefes de noticias de monopolios televisivos; todos ellos prometiendo honestidad y efectividad. El tratamiento que los partidos nos están dando como sociedad al elegir a sus candidatos es el de imbéciles. El insulto no podía ser mayor. El PRI y el PAN se coluden para ganar a costa de los derechos de las mujeres, el PRI y el PRD se hermanan y venden candidaturas en los estados; el caos es intencional no casual. Las elecciones manipuladas no construyen una democracia, la impiden.
México está viviendo un periodo negro. La delincuencia, dice Ernesto López Portillo, se ha convertido en una forma de vida, se ha masificado el mercado de la ilegalidad. El país celebró el cambio de partido en el poder y ahora entendemos que al desmoronarse el régimen experto en administrar el crimen, la violencia y la ilegalidad, estas se masificaron y quedaron fuera de control.
De la mano de ese hecho político, está el fortalecimiento de políticas que favorecen a los ricos y excluyen a los pobres. El Estado no está capacitado para imponer la ley. Lo que sigue igual que antes es la falta de transparencia en todas las áreas de la vida política. Mientras las y los periodistas arrojamos luz ante la élite en el poder que alimenta la descomposición del país, la sociedad se indigna ante grabaciones, las élites se ríen, las televisoras se coluden con las élites y los partidos nos dicen que vivimos en un sistema político en el cuál mandan las mayorías: una democracia. Si no fuera indigno causaría risa.
En la medida en que los partidos pongan en las cámaras de diputados y senadores a sus operadores, a personas famosas, ignorantes del manejo de los mecanismos del poder y la política, desconocedoras de las leyes y sus vericuetos, las élites corruptas que ahora controlan el poder en el país, tendrán un mayor éxito en su empresa de fortalecer el pacto de impunidad que tiene paralizado al país. El voto forzado a lo “menos peor” es el peor de los votos. Que las buenas escritoras escriban, que los deportistas ganen medallas, que los cantantes canten, que las televisoras engañen desde su propio espacio, pero que no monten el teatro de la democracia.
Por esas razones y otras más yo anularé mi voto con la leyenda ANULO MI VOTO. Aunque no exista la figura jurídica del voto en blanco como en Argentina, aunque los partidos digan que salieron nulos, ellos sabrán muy bien que el mensaje es: no soy tu cómplice, no me engañas, no me usas, esos candidatos no me representan. El abstencionismo es abulia, el voto anulado es una acción ciudadana, un acto de libertad, una rebelión pacífica, un acto de congruencia, un acto de civismo.
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