Ulises sonríe
José Gil Olmos
Ulises Ruiz tiene una sonrisa que en Oaxaca no contagia, sino que molesta. Es cínica e impúdica. Luego de 500 detenidos, 23 muertos y decenas de heridos en el conflicto social más largo que ha tenido el país en los últimos años, el gobernador priista sigue sonriendo; pero es tal el rechazo que provoca su actitud que ahora ya le llaman “El carnicero de la Antequera”.
Ulises Ruiz tiene una biografía poco envidiable entre los políticos mexicanos: La mayor parte de su obra está en los subterráneos de la política electoral, siempre de la mano de Roberto Madrazo, a quien le ha servido de operador político e incluso de suministrador de recursos. De hecho, es por esto que, se asegura en Oaxaca, está en problemas, porque una gran parte de los recursos del Estado los desvió para apoyar la campaña presidencial de Madrazo y para pagar una parte de la nómina del PRI en 2005 y 2006.
La especialidad de Ulises Ruiz ha sido el fraude electoral y desde que fue delegado del PRI, entre 1982 y 1989, sirvió de operador en elecciones en las que Madrazo ha sido el responsable, como la de Michoacán, en 1989, cuando se le escatimó la victoria al PRD. Luego, en 1994, Ulises Ruiz le hizo el trabajo directo a Madrazo y le ayudó a ganar la gubernatura de Tabasco.
Es a partir de 1994 cuando su carrera política sube como la espuma: en 1996 lo nombran secretario de Organización del Comité Directivo Estatal del PRI; luego, diputado federal, de 1997 a 2000. Posteriormente, senador de la República, desde donde pasó a ser candidato y gobernador de Oaxaca.
Como legislador nunca brilló, a pesar de que participó en las comisiones de Recursos Hidráulicos, Justicia, y en la de Reglamentos y Prácticas Parlamentarias. No se recuerda que haya hecho ninguna propuesta de reforma significativa. Imposible que lo hiciera, su fuerte siempre fue el fraude electoral.
Su incapacidad como gobernante quedó demostrada de inmediato, desde que llegó a Oaxaca en 2004. En los dos primeros años, organizaciones de derechos humanos registraron 27 muertos por conflictos agrarios y decenas de detenidos.
Formado fuera de Oaxaca, aunque nació en Chalcatongo, en 1958, Ulises Ruiz mostró muy pronto su insensibilidad cuando cambió el Zócalo de la capital —símbolo de identificación— y mandó retirar árboles centenarios. Esta acción irritó a los oaxaqueños y fue parte de los inicios del conflicto que hoy vivimos.
En mayo de 2006 trató de engañar a los maestros en las negociaciones que tradicionalmente se repiten desde hace 20 años. Les prometió un porcentaje de aumento y al firmar el acuerdo resultó menos. Al mismo tiempo mandó desalojar el Zócalo, y ahí empezó a surgir la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, movimiento social en el que confluyeron sindicatos, estudiantes, colonos y campesinos de la entidad contra el gobernador.
A 14 meses de que se iniciara el conflicto social, el saldo es el siguiente: 23 personas muertas, cerca de 600 detenciones arbitrarias —en las que 41 personas siguen presas y 200 más están libres bajo fianza, aunque sujetas a un proceso penal—, más de 50 casos de tortura, siete ataques a defensores de derechos humanos, e igual número de agresiones a comunicadores, así como dos desaparecidos.
Como nadie, Ulises Ruiz reprimió y dividió a la sociedad oaxaqueña. El conflicto penetró en el seno de las familias, el tejido social y tiene enfrentados a actores sociales. Pero esto poco le importa.
El lunes pasado el gobernador celebró como una victoria personal las fiestas populares conocidas como la Guelaguetza, que no es otra cosa que un rito muy oaxaqueño que significa dar lo que uno tiene.
Si nos atenemos al significado de la Guelaguetza, Ulises Ruiz dio lo mejor de sí: un acto de represión previo, del cual resultaron 40 detenidos y 50 heridos; anuncios de un fraude en las elecciones a diputados locales el próximo 5 de agosto y el acarreo de miles de burócratas para llenar el auditorio donde se realizó el festejo. Es decir, un fraude. Todo con una sonrisa burlona.
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